miércoles, 4 de septiembre de 2013

LA LENGUA EN PEDAZOS: entre pucheros anda Dios

Santander, 26 de agosto de 2.013

La Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) entregará mañana a Juan Mayorga el VI Premio La Barraca a las Artes Escénicas por su brillante y dilatada carrera como dramaturgo, pero antes, esta noche, nos ha brindado al público la oportunidad de sumergirnos en su último trabajo: "La lengua en pedazos".



Hasta ahora, como autor, Juan Mayorga había estado al lado de muchos directores. Tenía ganas hace tiempo de encerrarse con actores y trabajar sobre un texto suyo y ahora, amparándose en el extraordinario trabajo de Clara Sanchís y Pedro Miguel Martínez ha asumido ese reto asumiendo la dirección de su última obra de teatro.

Basándose en el "Libro de la Vida" de Teresa de Jesús, prescindiendo de misticismos y partiendo de un hecho no documentado, pero posible, al calor de la cocina y prescindiendo de hábitos y sotanas con la intención de captar la esencia de los personajes, Juan Mayorga enfrenta a la Santa consigo misma.
El inquisidor camina su camino obligando a Teresa a responder las preguntas que ella misma se hace mostrándonos a una mujer frágil y temerosa de Dios pero a la vez rebelde, firme y valiente.


"La singularidad es subversiva", decía Edmond Jabés. Recuerdo esas palabras cada vez que pienso en Teresa de Jesús. Nos han acostumbrado a verla como centinela de un cierto orden, pero basta abrir sus escritos y recordar el modo en que levantó sus fundaciones para reconocer en ella a una insurrecta.
Teresa, un cuerpo frágil y una voluntad férrea, es un personaje tan fascinante y complejo como el mundo en que vivió. La España del XVI fue rica en hombres y mujeres capaces de empresas que hoy nos producen vértigo. Mas en esa misma España se llamaba 'perro' al converso, como lo era el abuelo de Teresa, y resultaba sospechosa una mujer que escribía -y más si escribía con la imaginación y la inteligencia de Teresa-.
Mujer contemplativa y mujer de acción, no hay en Teresa brecha entre la visionaria y la fundadora de monasterios. En Teresa la oración es acción, y cada acto es un modo de orar. Ambos están atravesados por el amor. Y ese amor hace de Teresa una subversiva que desestabiliza espíritus, pone en crisis instituciones y divide sociedades.
Teresa se nos aparece como personaje a contracorriente, intempestivo en su propio tiempo y en el nuestro. Por eso mismo es Teresa necesaria. Su interés -¿hace falta decirlo?- no depende de la creencia. Como Francisco Brines sobre Juan de la Cruz, pienso sobre Teresa que un ateo, aunque no crea en su mística, puede sentirse fascinado por el ser humano que se apoya en ella. Y puede y debe sentirse interpelado por ese ser humano -al fin siempre será menos importante lo que nosotros podamos decir sobre Teresa que lo que Teresa pueda decir sobre nosotros-.
En todo caso, para dejarse arrastrar hacia Teresa es suficiente leerla y advertir lo mucho que le debe nuestra lengua y, por tanto, lo mucho que le adeuda nuestra experiencia del mundo. Sólo nuestros mayores poetas han sometido a tan extrema tensión la lengua castellana, sólo ellos han abierto para nosotros territorios como los que conquistó aquella mujer dueña de una palabra igual de poderosa cuando pinta las criaturas celestiales que cuando habla de las gentes.
Ganar para el teatro esa palabra y el personaje que le acuñó fue mi primer objetivo en "La lengua en pedazos". Me propuse arraigar palabra y personaje en una situación ficticia pero verosímil en cuyo centro estuviese la grave decisión tomada por la todavía monja de la Encarnación de abrir, con gran riesgo para sí y para las que la seguían, el monasterio de San José: la primera de sus fundaciones.
Entonces apareció, en mi familia, el inquisidor. Que fue creciendo hasta convertirse en el otro de Teresa, su doble: aquel con quien ella estaba destinada a encontrarse y a medirse. El inquisidor acorrala a la monja con incómodas preguntas, la enfrenta a momentos de su vida que acaso ella querría olvidar y prende en su corazón la duda, que, como todo en Teresa, es un incendio. Y poco a poco, en el diálogo entre ambos personajes va apareciendo un tercero: la lengua misma, que transforma vidas y hace y deshace mundos.
"La lengua en pedazos" es, además de mi último texto para el teatro, el primero que llevo a escena como director. No me hubiera atrevido a ello de no haber contado con la complicidad de dos actores magníficos: Clara Sanchís y Pedro Miguel Martínez. En diálogo con ambos, a pie de ensayo, he escrito y reescrito esta pieza. En diálogo también con la excepcional mirada de Alejandro Andújar, y siempre con la impagable ayuda de Ana Belén Santiago. Los cuatro hemos hecho compañía. La llamamos La Loca de la Casa, que es como Teresa llamaba a la imaginación.
Entre todos hemos levantado "La lengua en pedazos": un combate entre un guardián de la Iglesia y una monja desobediente. La pelea tiene lugar en la cocina del convento. Allí, entre pucheros, anda Dios.
Juan Mayorga

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