lunes, 1 de febrero de 2016

TENERIFE (II) - MACIZO DE ANAGA: apuramos el paso para que no llegue la noche y poder conocer sus playas

Taganana, 26 de noviembre de 2.015


No madrugamos pero nos levantamos pronto y desayunamos en la terraza del hotel, con el océano Atlántico al fondo dándonos los buenos días.


Dejamos la piscina para otro día. Cogemos el coche y nos vamos al norte. En menos de una hora llegamos a Santa Cruz de Tenerife. Pasamos junto al espectacular auditorio diseñado por Santiago Calatrava y dejamos atrás la capital insular para acercarnos a la Playa de las Teresitas.


Está situada en San Andrés, uno de los núcleos de población más antiguos de la isla, y es la playa más conocida y turística de Santa Cruz. Me gusta el nombre, pero poco más: es una playa artificial dispuesta en los años setenta sobre otra anterior de arena negra volcánica que se rellenó con arena procedente del desierto del Sáhara para ampliar su extensión y junto a la que se dispuso un dique rompeolas que evita el oleaje.


Hacemos una parada y tomamos un cafetín. Sabe a rayos pero aprovechamos para charlar con la dueña del bar. Es de Madrid, lleva muchos años en la isla y dice que no vuelve a la capital ni loca. Es simpática: nos recomienda un restaurante de comida casera en Benijo regentado por un par de abuelillas -'Casa Paca'- y nos advierte del peligro que supone bañarse en las playas de esa zona. Apenas hemos probado el café pero nos despedimos para adentrarnos en el Macizo de Anaga por el Barranco de Las Huertas.


Se trata de una región histórica del nordeste de Tenerife: una formación montañosa de origen volcánico que cuenta con el mayor número de especies endémicas de Europa y que recientemente ha sido catalogada por la UNESCO como Reserva de la Biosfera.
Está formada por una serie de valles bastante cortos separados por estrechos barrancos que parten perpendicularmente de una línea de cumbres que se extiende de este a oeste y que presenta altitudes modestas en relación con el resto de la isla -con cotas máximas algo superiores a los mil metros-, pero con fuertes desniveles.


Su orografía y su orientación convierten a esta región, expuesta al azote de los vientos alisios, en una zona especialmente húmeda, lo que favorece la aparición de una exuberante y variada vegetación que nos envuelve por todos lados.

Coronamos el macizo junto al Bailadero, donde los días de aquelarre, a partir de las doce de la noche, se concentraban las brujas antes de bajar a la costa para bañarse desnudas. Desde allí nos lanzamos a un vertiginoso descenso por su vertiente septentrional que nos conduce al mirador de Mogoje.


Hacemos un alto y contemplamos un esqueleto petreo formado por lomos y barrancos modelados por el agua durante millones de años. La naturaleza se ha encargado de cubrir a este gigante con un manto de tierra fértil y vegetación que se mantiene gracias al aporte de humedad procedente de las frecuentes nieblas originadas cuando los vientos alisios se topan con las laderas de la montaña. Sólo algunos roques y paredones, procedentes de magmas que se enfriaron lentamente en el interior de la tierra formando rocas más resistentes a la erosión, sobresalen por encima del resto, parcialmente desnudos.


Al filo de las dos de la tarde llegamos a Taganana, la localidad más importante del Macizo de Anaga y una de las más antiguas de la isla. Aparcamos y damos un paseo por el pueblo...


El inmaculado color blanco de sus casas resplandece en medio del impetuoso verde de la montaña. Nos detenemos en una pequeña tasca y charlamos con el dueño del local. Probamos la cerveza local y un sabroso queso de cabra asado con miel.
Hacemos oídos sordos al consejo de nuestra amiga madrileña, nos dejamos engañar y nos sentamos a comer: probamos la carne de cabra y unas papas arrugas con mojo picón y con el estómago lleno continuamos nuestro paseo en coche.

Descendemos hasta el Roque de las Bodegas y, flanqueando una agreste costa pintada de negro y custodiada por los Roques de Anaga, apuramos el paso para que antes de que llegue la noche nos de tiempo a conocer la playa que buscamos...


Estamos en Benijo, un pequeño caserío canario escasamente poblado con una playa de gruesa arena volcánica pintada de negro batida salvajemente por las olas y ensalzada por Andrés.


Volvemos sobre nuestros pasos. Regresamos a las zonas más altas del macizo pero al llegar al Bailadero, en vez de dirigirnos a San Andrés, recorremos el Camino de la Cumbre atravesando el monte Las Vueltas en dirección a Las Mercedes y San Cristobal de la Laguna. Nos sumergimos en un denso y mágico bosque de laurisilvas: un exuberante ecosistema de gran humedad que se caracteriza por la diversidad de especies vegetales que lo constituyen, con multiples especies arbóreas de hoja perenne.



Las nubes nos envuelven y custodiados por una espesa amalgama vegetal nos dirigimos a San Cristobal de la Laguna, capital cultural de las islas y ciudad gemela de Santa Cruz de Tenerife.
Aparcamos junto al casco histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1.999 al ser considerado un ejemplo único de ciudad colonial no amurallada, y damos un paseo por sus calles.


Nos acercamos a la Catedral de Nuestra Señora de los Remedios, sede de la diócesis de Tenerife desde 1.819.
La fachada principal, neoclásica y muy similar a la de la catedral de Pamplona, data de 1.820 mientras que el cuerpo principal de la iglesia, de estilo neogótico, fue construido entre 1.904 y 1.915.


Se trata de una de las primeras estructuras de homigón construidas en nuestro país, lo que justifica las múltiples intervenciones de reparación y mejora que ha sido preciso acometer en el templo a lo largo de sus poco más de cien años de vida. 

Continuamos nuestro paseo y saboreamos una ciudad viva, de carácter universitario, con una amplia y atractiva zona comercial.

Cae la noche pero aún tenemos cosas que hacer: Santa Cruz de Tenerife está a un tiro de piedra...

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