lunes, 5 de junio de 2017

EL CARTÓGRAFO: en el teatro, como en los mapas, siempre se toma partido

Santander, 2 de junio de 2.017


En enero de 2.008, el dramaturgo Juan Mayorga viajó a Varsovia. Entró en una sinagoga y visitó una colección de fotografías en blanco y negro de la ciudad con una escueta leyenda que indicaba el lugar exacto en el que habían sido tomadas: retratos de peluqueros, de prostitutas, de niños jugando en la calle... ¡Instantáneas llenas de vida! Marcó todas aquellas direcciones sobre el mapa de la ciudad que le habían entregado en el hotel y salió a la calle a buscarlos, pero no encontró nada. El mundo encerrado dentro de aquellas fotografías se había esfumado: calles, edificios, parques... Lo único que encontró fue una piedra negra, quemada, con los nombres de algunos de los supervivientes del gueto de Varsovia.

En el teatro, como en los mapas, todo responde a una pregunta que alguien se ha hecho alguna vez. Aquella experiencia personal le sirvió para escribir "El cartógrafo", una obra de teatro que hoy ha llegado al escenario de la Sala Pereda del Palacio de Festivales...


"El mapa del cartógrafo es un mapa contra el olvido que propone una mirada colectiva al pasado -dejando de lado la dictadura del presente, que incita siempre al olvido-, pero también una mirada al pasado personal de cada uno."

Blanca (Blanca Portillo) -esposa de un diplomático español destinado en Varsovia-, descubre la leyenda del cartógrafo del gueto: un viejo judío (José Luis García-Pérez) que se empeñó, mientras todo moría a su alrededor, en dibujar el mapa de aquel mundo en peligro pero que, como sus piernas ya no le respondían y no podía salir a la calle a recoger los datos que necesitaba, enviaba a su nieta a buscarlos para él. Es entonces cuando se lanza a la búsqueda de un viejo mapa que, aunque ella no lo sepa, le arrastrará también a la búsqueda de si misma...


"El teatro es cartografía. Como en el mapa, en el escenario todo debe responder a una pregunta que alguien se ha hecho. Como en el mapa, en el escenario lo más importante es decidir qué se quiere hacer visible y, por tanto, qué se deja fuera. En el escenario, como en el mapa, siempre se toma partido..."
(Juan Mayorga)

Un único espacio, un único vestuario, varios saltos temporales y dos actores que representan a un puñado de personajes. Un montaje limpio y sin artefactos en el que Juan Mayorga cuenta con la complicidad del espectador para desplegar frente a sus ojos un texto que versa sobre la búsqueda.



No nos lo cuenta todo: prefiere permitir que imaginemos, abramos los ojos y, después de preguntarnos qué es lo que debe ser recordado, construyamos nuestro propio mapa. Nos invita a mirar atrás y sacar a la luz todo aquello que vamos tapando para realizar una cartografía del dolor personal, y también ajeno, poniendo frente a nuestros ojos todo aquello que no queremos ver. Puede resultar duro, pero Juan Mayorga apuesta sin dudarlo por un teatro que provoque controversia.


"Unos ciudadanos -los actores-, convocan a la ciudad para darle a examinar posibilidades de la vida humana: eso es el teatro. Nace de la escucha, pero no puede conformarse con devolverle a la ciudad su ruido; ha de entregarle una experiencia poética. No es un calco, es un mapa. Arte político, en la medida en que se hace ante una asamblea, lo será especialmente si los actores convierten el escenario en un espacio para la crítica y para la utopía, un lugar en el que examinar este mundo e imaginar otros mundos. Si el teatro es el arte del conflicto, no hay conflicto más importante entre los que puede ofrecer el teatro que aquel que se da entre los actores y el público. El teatro convoca a la ciudad para desafiarla. Por eso, igual que un mapa, un teatro que no provoque controversia es un teatro irrelevante. El mejor teatro divide la ciudad y la pone ante lo que no quiere ver. En vez de a lo general, a lo normal o a lo acordado, atiende a  lo singular, a lo anómalo y a lo incierto. A aquello que la ciudad quiere expulsar del territorio y del mapa. Un teatro valioso, como un valioso mapa, nos sitúa otra vez en la escena original: aquella en la que la ciudad establece sus límites.
Tuve todo esto en la cabeza al escribir "El cartógrafo". Muchas dudas también... Temía estar sumándome a aquellos que se acercan a espacios de sufrimiento por su siniestro glamour, por el paradógico brillo aurático que de ellos se desprende y que atrae al creador de ficciones como si al ubicar estas allí las dotase de un prestigio adicional, de un valor suplementario. Temía dar respuestas ingenuas a problemas mayores de la ética de la representación: ¿cómo representar aquello que parece tener una opacidad insuperable?, ¿cómo comunicar aquello que parec incomprensible?, ¿cómo recuperar aquello que debería ser irrepetible? Temía estar eludiendo una pregunta que todo hombre de teatro ha de hacerse: ¿qué derecho tengo a dar un cuerpo a la víctima, a darle un rostro? Pero junto a aquellas dudas, sé que también me acompañaron razones especialmente fuertes, también de orden moral antes que estético, para empeñarme en la escritura de "El cartógrafo".
Estoy entre los que creen que no podemos ceder el escenario a negacionistas o revisionistas, ni dejar la representación del sufrimiento en manos de quienes trivalizan el dolor, desprecian a las víctimas o son comprensivas con los verdugos. Y estoy entre los que creen que la memoria de la injusticia es nuestra mayor arma de resistencia contra viejas y nuevas formas de dominio del hombre por el hombre. Hacer un teatro que dé a mirar esos lugares de sufrimiento es parte de nuestra responsabilidad para con los muertos y para con los vivos.
El teatro no puede hacer del espectador un testigo, pero acaso sí un portador de testimonio. No puede resucitar a los muertos, pero sí construir una experiencia de la pérdida. No puede hablar por las víctimas, pero sí hacer que se escuche su silencio. El teatro, arte de la palabra pronunciada, puede hacernos escuchar el silencio. El teatro, arte del cuerpo, puede hacer visible su ausencia. Y así, ayudarnos a ser más críticos y combativos, más vigilantes, más valientes contra la dominación del hombre por el hombre. Al proyecto de olvido de los verdugos y de sus herederos debería oponerse un teatro de la memoria que participe en el combate contra la docilidad y el autoritarismo.
En "El cartógrafo", una mujer herida vaga por las calles de Varsovia en busca de un mapa que, sin saberlo, está dibujando con sus pasos. Mi sueño es que, al ver la obra en escena, algún espectador encuentre el mapa que yo no he sabido trazar."
(Juan Mayorga)

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