martes, 26 de diciembre de 2017

EN DEFENSA DE LA CONVERSACIÓN: ¡otra realidad es posible!

Santander, 20 de diciembre de 2.017

“Hubo un tiempo en que la cocaína se utilizaba casi como si fuera una aspirina… Pasaron décadas hasta que el mundo entendió lo nociva que era para la salud”
(Bárbara Celis)

Sherry Turkle es una psicóloga norteamericana que hace más de veinte años se mostraba muy optimista respecto a los beneficios que para la salud física y mental del ser humano habría de tener su interacción con las nuevas tecnologías (internet, la realidad virtual…). Corría el año 1.995 cuando publicó su libro “Life on the screen” y entonces pensaba que “nuestras experiencias digitales enriquecerían nuestra vida real”, pero no fue capaz de prever que el futuro consistiría en vivir constantemente en simbiosis con un ordenador encendido: ¡el móvil!, lo cual hace que, en la actualidad, resulte prácticamente imposible mantener una conversación con nadie acaparando toda su atención y sin ser interrumpido.


Tal vez por eso, después de analizar durante quince años el modo en que los niños, jóvenes, adultos y ancianos del mundo más desarrollado se relacionaba con las nuevas tecnologías, tanto en el ámbito privado como público, decidió alertar a quien le quisiera leer (“En defensa de la conversación”, 2.017) del peligro que suponen para nuestra ‘psique’ los teléfonos que llevamos en los bolsillos, ya que estos “cambian nuestras mentes y nuestros corazones, ofreciéndonos tres fantasías muy gratificantes: podemos tener atención constante, siempre va a haber un foro en el que seamos escuchados y nunca tendremos que estar solos”.


Lamentablemente, hemos dejado de sentirnos cómodos en el “cara a cara” o en el “cuerpo a cuerpo” propugnados por tipos como E. Bunbury (Hay muy poca gente, 2.008), pero Sherry Turkle sostiene que no es tarde para cambiar, y aboga por una conversación, real y de calidad, que nos permita aprender de nuevo a relacionarnos con los demás y ponernos en su lugar. El problema existe: es hora de afrontarlo…

Las nuevas tecnologías nos seducen porque nos permiten estar siempre ‘conectados’ y presentarnos ante los demás como deseamos ser, interpretando una versión ‘mejorada’ de nosotros mismos. Apenas sabemos quiénes somos y necesitamos recurrir a los demás para apuntalar nuestra frágil personalidad. Conocernos y aceptar nuestras debilidades es esencial para aumentar nuestra felicidad e enriquecer nuestra creatividad y nuestra productividad, pero pasamos tanto tiempo ‘enganchados’ a nuestros dispositivos móviles que no tenemos ocasión de encontrarnos con nosotros mismos. Aprender a estar solos y sentirnos cómodos hará que nos resulte más fácil abrirnos a los demás, verlos como lo que realmente son -personas distintas e independientes de nosotros-, y aumentar nuestra sociabilidad, pero es un proceso arduo que supone tiempo y disciplina. Estar a gusto con uno mismo requiere un aprendizaje que ha de llevarse a cabo en presencia de otras personas, respetando y compartiendo sus silencios.

Que lejos quedan las noches junto a mi abuelo... Yo solo era un niño, pero recuerdo que me encantaba ir a pasar el fin de semana a su casa: después de cenar, antes de acostarnos, nos asomábamos juntos a la ventana y allí permanecíamos un buen rato. Apenas hablábamos, pero le sentía cerca y eso me bastaba.

Ser capaces de disfrutar de la soledad aumentará nuestra capacidad de introspección, lo cual nos brindará la oportunidad de comprendernos mejor, relativizando la información que sobre nosotros mismos nos aportan los demás, aunque nos vuelve vulnerables, por lo que requiere privacidad y confidencialidad.

En ocasiones buscamos soluciones más sencillas y recurrimos a aplicaciones tecnológicas que, a partir de nuestros hábitos, elaboran un ‘yo cuantificado’ con el que evalúan nuestra salud física y emocional, pero hemos de ser conscientes de que, cuando nos ‘desnudamos’ en las redes sociales, nos autocensuramos y modificamos nuestra conducta debido a que, aunque las utilizamos como un espacio privado, sabemos que no lo son. Somos menos honestos, pero, en cualquier caso, los datos obtenidos pueden ayudarnos a conocernos mejor, siempre y cuando los utilicemos solo como un punto de partida que nos conduzca a un diálogo interior con nosotros mismos. Actuar antes de haber llegado a comprenderse uno mismo no conduce a nada bueno....

El papel que juegan las nuevas tecnologías en nuestras relaciones interpersonales es muy complejo: nos mantienen unidos a nuestros familiares y amigos cuando estamos lejos, pero nos apartan de ellos cuando estamos juntos. Los mensajes de texto, los correos electrónicos o los grupos de chat, nos permiten expresarnos con mayor precisión, por lo que recurrimos a ellos para mantener muchas de las conversaciones que antes teníamos cara a cara, evitando situaciones incómodas, desagradables y difíciles, aunque en muchas ocasiones útiles. Somos vulnerables a las gratificaciones emocionales que nuestros dispositivos nos ofrecen. Se puede decir que, de alguna manera, nos estamos volviendo adictos a ellos, aunque eso suponga desperdiciar la oportunidad de sentirnos escuchados y comprendidos. Conversar en familia potencia la empatía, brinda la posibilidad de expresar sentimientos y emociones sin dejarse llevar por impulsos incontrolados, y genera una sensación de privacidad que nos permite expresarnos libremente, sin autocensurarnos. Los dispositivos móviles dispersan nuestra atención. Nuestros interlocutores no se sienten escuchados; se sienten ignorados y dejan de confiar en nosotros.

Los niños han de aprender a relacionarse y a confiar en los demás, y para hacerlo necesitan adultos que permanezcan a su lado de forma estable y consistente. Promover la conversación con nuestros hijos hará que estos desarrollen cualidades relacionadas con la confianza o la autoestima, y valores como la empatía, la amistad o la intimidad, permitirá que se expresen con mayor fluidez, y posibilitará que tengan más facilidad para abrirse a los demás…

La presencia de dispositivos electrónicos en nuestros grupos de conversación hace que estas sean ligeras, fragmentadas y menos empáticas. Preferimos comunicarnos mediante mensajes de texto porque estos nos permiten ser menos espontáneos y ‘equivocarnos’ menos, pero estamos desaprovechando la oportunidad de descubrir algo inesperado sobre otras personas o ideas. Eliminemos la tentación…

Nos hemos vuelto adictos a la multitarea y esto hace que nos cueste fijar nuestra atención en los demás. Recuperar la conversación nos permitirá redescubrir el interés por los puntos de vista de aquellos con los que no estamos de acuerdo, lo cual favorece la creatividad, la producción y la innovación.

Como ciudadanos, el mundo digital en el que vivimos nos plantea un nuevo reto. Internet constituye un flujo de información constante que nos ayuda a movilizarnos para pasar a la acción y enfrentarnos a un problema, pero corremos el riesgo de acercarnos solo a aquellas posturas y posicionamientos que coinciden con los nuestros, sin contemplar otras posibilidades, ya que la red nos muestra solo aquello que ya conocemos. Nos invita a lanzarnos a la acción evitando la reflexión y el compromiso, sin tener en cuenta que los cambios no son fáciles, ni inmediatos, y que para asumir ciertos riesgos necesitamos forjar vínculos fuertes y comprometidos con nuestros compañeros de viaje.

Coexistimos con una representación digital de nosotros mismos que queda archivada para siempre en la red. Lo afirma S. Turkle, y también E. Bunbury: “cuidado que nos vigilan” (“Porque las cosas cambian”, 2.008). Saben qué leemos, qué compramos, por dónde nos movemos, quiénes son nuestros amigos, con quién hablamos... Todo está en la nube y el deseo de privacidad se considera sospechoso.

El mundo virtual se ha convertido en un refugio para el ser humano, pero internet puede llegar a convertirse en un obstáculo para la vida. Estamos sacrificando valores tan preciados como la empatía o la imaginación para lanzarnos a los brazos de inteligencias artificiales que nunca serán capaces de comprendernos, ni de ponerse en nuestro lugar; un mundo sin decepciones ni reproches, en el que el riesgo o el cariño no existen.
Es preciso ponerle límites a la tecnología, respetar nuestros momentos de intimidad y crear espacios libres de dispositivos electrónicos en los que podamos encontrarnos con nosotros mismos, o mantener una conversación con alguien sin temor a ser interrumpidos. Debemos comprender que las pantallas no son nuestras compañeras naturales, y utilizarlas solo de manera deliberada. De este modo, seremos conscientes de lo que hacemos con ellas, les daremos un uso más racional y, en ocasiones, con la misma deliberación, seremos capaces de darnos un respiro y apartarnos de ellas.

Los correos electrónicos o los mensajes de texto invitan a elaborar respuestas rápidas, pero estas no siempre son las más adecuadas e inteligentes. Es preciso que seamos capaces de tomarnos nuestro tiempo para escucharnos a nosotros mismos y reflexionar. Crear espacios sagrados para la conversación, libres de interrupciones, permitirá que nos sintamos escuchados y prestemos atención a nuestros interlocutores, sin recurrir a generalidades, ni eludir conversaciones difíciles. Hablar con gente con la que no estamos de acuerdo nos permitirá aprender cosas nuevas y adoptar nuevos puntos de vista. Defender nuestra postura nos ayudará a reflexionar, enfrentándonos a nosotros mismos y mostrándonos como realmente somos.

Recientemente, durante mi periodo de prácticas universitarias correspondientes al Grado de Educación Primaria, he acudido a un centro escolar que, por decisión unánime de su claustro de profesores, se ha convertido en un ‘espacio libre de móviles’, lo cual no implica tener que renunciar a los beneficios que pueden aportarnos las nuevas tecnologías ya que, tanto los docentes como sus alumnos, pueden hacer uso de ordenadores y chromebooks con fines educativos siempre que lo consideren necesario. Esta decisión, que ha pasado a formar parte del Plan de Convivencia del centro, supone que en el interior de sus instalaciones dichos dispositivos han de permanecer desconectados en todo momento, y afecta tanto al alumnado como a sus familias y al profesorado, que siempre que sea necesario podrá hacer uso del teléfono fijo situado en secretaría. Esta medida, instaurada de manera natural, sin ocasionar graves perjuicios a nadie, ha favorecido la convivencia en un centro cuyo ideario humanista se caracteriza por promover la socialización y el respeto a los demás.

Una conversación de calidad exige que nos concentremos en lo que hacemos. Las nuevas tecnologías hacen que nos dispersemos. La multitarea genera estrés, perjudica el rendimiento, y reduce tanto la creatividad como la productividad. Hemos de ser capaces de quedarnos a solas con nosotros mismos, y de entender el aburrimiento como una oportunidad de encontrar algo interesante en nuestro interior, en lugar de verlo como una pérdida de tiempo.

Es preciso que defendamos nuestra intimidad y el respeto a nuestra privacidad con uñas y dientes, y que no renunciemos a ellos por mera comodidad. Nuestras conversaciones nos permiten mostrarnos tal y como somos porque solo las compartimos con quien nosotros queremos. No están en la nube: ¡son nuestras y de nadie más!

Como futuro docente, entiendo que la comunidad educativa ha de evolucionar y adaptarse a la sociedad en la que vive, pero esto no implica asumir, sin más, los inconvenientes impuestos por las nuevas tecnologías. Los dispositivos electrónicos son una realidad que forma parte de la vida de nuestros alumnos y hace que su atención se disperse. Les invita a hacer muchas cosas a la vez: buscar información, enviar correos electrónicos, preparar una presentación, actualizar sus redes sociales… La multitarea resulta atractiva, pero no favorece el aprendizaje, ya que potencia la atención fragmentada y hace que disminuya la capacidad de concentración, con lo que, al final, no somos capaces de profundizar en nada. Dentro del aula se acumulan recursos que, en muchas ocasiones, cuando los alumnos vuelcan su atención en los dispositivos móviles, se desperdician: su atención se dispersa, les cuesta organizarse y su rendimiento decae.
Hoy en día, gracias a internet, nuestros alumnos -y nosotros mismos-, tenemos acceso a una cantidad de información ilimitada, pero apenas sabemos utilizarla. Buscamos respuestas rápidas: vemos imágenes y leemos titulares, pero no profundizamos en sus contenidos, ni relacionamos ideas o hacemos inferencias… Apenas comprendemos lo que leemos porque no conocemos los contextos en los que nos movemos. Confiamos en que toda la información que podamos necesitar está en internet, a solo un ‘clic’ de distancia.
Hemos asumido que todo está en la nube -fuera de nuestros cerebros-, y con eso nos conformamos, pero elaborar juicios rápidos y correctos requiere haber interiorizado determinados conocimientos. No basta con saber dónde está la información que necesitamos y tener acceso a la misma, sino que es preciso haberse empapado de ella. Prestar atención en clase, escuchar, tomar apuntes o plantear preguntas, ayuda a los alumnos a comprender la materia: facilita su aprendizaje, mejora su capacidad de introspección, despierta su espíritu crítico y potencia su sociabilidad. Compartir sus respuestas con sus compañeros les ayuda a responsabilizarse de sus ideas, brindándoles la oportunidad de establecer diálogos, superando su nerviosismo, y obligándoles a reflexionar sobre ellas.
    Las nuevas tecnologías pueden ser un fantástico punto de partida, pero no debemos dejar que se conviertan en nuestra razón de ser. Son un instrumento del que hemos de servirnos de manera consciente, pero no podemos pretender que resuelvan todos nuestros problemas; es más, hemos de asumir que es posible que generen problemas nuevos a los que habremos de hacer frente. Tan malo es resistirse a los cambios como acatarlos sin ningún tipo de reparo…

Sherry Turkle nos propone un ejercicio de reflexión muy recomendable y publica un libro un poco largo, pero fácil de leer, en el que recoge multitud de testimonios de personas con vidas similares a las nuestras, invitándonos a evaluar el papel que las nuevas tecnologías juegan en ellas. Los dispositivos digitales captan toda nuestra atención y no nos dejan ver más allá de sus pantallas. ¡Basta ya! Detengámonos un momento y parémonos a pensar. Busquemos respuestas en nuestro interior y abramos la puerta de la conversación cara a cara a aquellas personas que tenemos a nuestro alrededor: familia, amigos, vecinos, compañeros de trabajo… ¡Otra realidad es posible!

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